El Trineo
Estoy en una gran explanada cubierta de nieve. A mi alrededor hay muchas personas practicando deportes de invierno. Me doy cuenta que hace frío, no obstante el espléndido sol, por el vapor que sale de mi boca. Siento, a veces, ráfagas heladas que golpean mi cara… pero me agrada mucho.
Se acercan varios amigos, transportando un trineo. Me indican que me suba y lo maneje. Explican que su diseño es perfecto y que es imposible perder el control. Así es que sentándome en él, ajusto las correas y herrajes. Me coloco las gafas y pongo en marcha las turbinas que silban como pequeños jets. Oprimo suavemente el acelerador con el pie derecho y el trineo empieza a moverse. Aflojo el pie y aprieto el izquierdo. El aparato se detiene dócilmente. Luego, maniobro con el volante a derecha e izquierda sin esfuerzo alguno. Entonces, dos o tres amigos salen adelante, deslizándose en sus esquíes. “¡Vamos!”, gritan. Y se lanzan desde la explanada zigzagueando en el descenso, por la magnífica ladera montañosa.
Aprieto el acelerador y comienzo a moverme con una suavidad perfecta. Empiezo el descenso tras los esquiadores. Veo el hermoso paisaje cubierto de nieve y coníferas. Más abajo, algunas casas de madera y allí, a lo lejos, un valle luminoso.
Acelero sin temor y paso a un esquiador, luego a otro y finalmente, al tercero. Mis amigos saludan con gran algarabía. Enfilo hacia los pinos que aparecen en mi trayecto y los eludo con movimientos impecables. Entonces, me dispongo a dar más velocidad a la máquina. Aprieto a fondo el acelerador y siento la tremenda potencia de las turbinas. Veo pasar los pinos a mis costados, como sombras imprecisas, mientras la nieve queda atrás flotando en finísima nube blanca. El viento helado me estira la piel del rostro y tengo que esforzarme para mantener los labios apretados.
Veo un refugio de madera que se agranda velozmente y a sus costados, sendos trampolines de nieve para práctica de salto gigante en esquí. No vacilo, apunto hacia el de la izquierda. En un instante estoy sobre él y en ese momento corto el contacto de los motores, para evitar un posible incendio en la caída…
He salido catapultado hacia arriba, en un vuelo estupendo. Sólo escucho el bramido del viento, mientras empiezo a caer cientos de metros…
Aproximándome a la nieve, compruebo que mi ángulo de caída va coincidiendo perfectamente con la inclinación de la ladera y así, toco el plano delicadamente. Enciendo las turbinas y sigo acelerando mientras me acerco al valle.
He comenzado a frenar poco a poco. Levanto mis gafas y enfilo lentamente hacia el complejo hotelero desde el que salen numerosos funiculares, que llevan deportistas a los montes.
Finalmente, entro en una explanada. Adelante y a la derecha, observo la boca negra de un túnel como de ferrocarril. Apunto despacio hacia él, sobrepasando unas charcas de nieve derretida. Al llegar a la boca, me cercioro: no hay vías de tren, ni huellas de vehículos. Sin embargo, pienso que podrían desplazarse por allí, grandes camiones. Tal vez se trate del depósito de los quitanieves.
Sea como fuere, entro lentamente en el túnel. Está débilmente iluminado. Enciendo el faro delantero y su fuerte haz, me permite ver un camino recto por varios cientos de metros. Acelero. El sonido de los jets retumba y los ecos se entremezclan. Veo adelante que el túnel se curva y en lugar de frenar, acelero, de manera que llegando al lugar, me deslizo por la pared sin inconveniente. Ahora el camino desciende y más adelante, se curva hacia arriba describiendo un espiral como si se tratara de un serpentín o un fantástico resorte.
Acelero…, estoy bajando; emprendo la subida y comprendo que en un momento estoy corriendo por el techo, para bajar nuevamente y volver a una línea recta. Freno suavemente y me dispongo a descender en una caída parecida a la de una montaña rusa. La pendiente es muy pronunciada. Comienzo la bajada pero voy frenando simultáneamente. La velocidad se va amortiguando. Veo que me estoy desplazando sobre un puente angosto, que corta el vacío. A ambos lados, hay una profunda oscuridad. Freno aún más y tomo la recta horizontal del puente que tiene el exacto ancho del trineo. Pero me siento seguro. El material es firme. Al mirar tan lejos como lo permite la luz del faro, mi camino aparece como un hilo tenso separado de todo techo, de todo fondo, de toda pared…, separado por distancias abismales. (*)
Detengo el vehículo, interesado por el efecto de la situación. Empiezo a imaginar diversos peligros pero sin sobresalto: el puente cortándose y yo cayendo al vacío. Luego, una inmensa araña descendiendo por su grueso hilo de seda… bajando hasta mi, como si fuera yo una pequeña mosca. Por último, imagino un derrumbe colosal y largos tentáculos que suben desde las oscuras profundidades. (*)
Aunque el decorado es propicio, compruebo que tengo suficiente fuerza interior, como para vencer los temores. De manera que intento, una vez más, imaginar algo peligroso, o abominable y me abandono a esos pensamientos. (*)
He superado el trance y me siento reconfortado por la prueba que me impuse, de manera que conecto las turbinas y acelero. Paso el puente y llego nuevamente a un túnel parecido al del comienzo. A marcha veloz, tomo una subida muy larga. Pienso que estoy llegando al nivel de salida.
Veo la luz del día que va aumentando de diámetro. Ahora, en línea recta, salgo raudo a la explanada abierta del complejo hotelero.
Voy muy despacio, eludiendo gente que camina a mi alrededor. Así continúo muy despacio, hasta llegar a un extremo del lugar, que conecta con las canchas de esquí.
Bajo las gafas y comienzo a acelerar para llegar con suficiente velocidad a la ladera, que terminará en la cima desde la que comencé mi recorrida. Acelero, acelero, acelero…
Estoy subiendo el plano inclinado, a la increíble velocidad que tuve en la bajada. Veo acercarse el refugio de madera y los dos trampolines a sus costados, sólo que ahora se presenta una pared vertical que me separa de ellos. Giro a la izquierda y continúo el ascenso, hasta pasar por un costado, a la altura de las rampas.
Los pinos pasan a mi lado como sombras imprecisas, mientras la nieve queda atrás flotando en finísima nube blanca…
Adelante, veo a mis tres amigos parados, saludándome con sus bastones en alto. Giro en círculo cerrado alrededor de ellos, arrojándoles cortinas de nieve. Continúo el ascenso y llego a la cima del monte. Me detengo. Interrumpo el contacto de las turbinas. Levanto mis gafas. Suelto las hebillas de las correas y salgo del trineo. Estiro las piernas y luego todo el cuerpo, apenas entumecido. A mis pies y descendiendo por la magnífica ladera, veo las coníferas y muy lejos, como un punto irregular, el complejo hotelero.
Siento el aire purísimo y el efecto del sol de montaña, curtiendo la piel de mi cara. Tengo la fuerte sensación, de haber logrado un mayor control sobre mi mismo. (*)