El Minero

El Minero

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Hay gente alrededor mío. Todos estamos vestidos de mineros. Esperamos que suba el montacargas. Es muy temprano. Una llovizna suave, cae del cielo plomizo. Diviso, a lo lejos, la silueta negra de la fábrica que resplandece en sus altos hornos. Las chimeneas vomitan fuego. El humo se eleva en densas columnas.
Distingo, entre el ritmo lento y distante de las máquinas, una aguda sirena que marca el cambio de turno del personal.
Veo subir lentamente el montacargas que, con una fuerte vibración, termina por detenerse a mis pies.
Avanzamos hasta emplazarnos sobre la plancha metálica. Se cierra una reja corrediza y comenzamos a descender lentamente, entre el murmullo de los comentarios.
La luz del montacargas, me permite ver la pared rocosa que pasa muy cerca.
A medida que descendemos, aumenta la temperatura y el aire se torna viciado.
Nos detenemos frente a una galería. Sale la mayoría de los ocupantes del montacargas. Se cierra nuevamente la reja. Hemos quedado cuatro o cinco mineros. Continuamos la marcha, hasta parar en otra galería. Desciende el resto de los ocupantes. Quedo solo y recomienzo la bajada.
Finalmente, se detiene la plancha con estrépito. Empujo la reja y avanzo introduciéndome en un socavón apenas iluminado. Escucho el ruido del montacargas regresando.
Adelante, sobre unos rieles está la zorra de transporte. Me subo en ella y arranco el motor, desplazándome luego lentamente por el túnel.
Detengo el carro al término de las vías. Bajo y comienzo a descargar herramientas. Enciendo la linterna de mi casco.
Escucho ecos lejanos, como de trépanos y martillos hidráulicos…, pero también percibo una débil voz humana que llama ahogadamente. ¡Yo sé que significa eso! Dejo las herramientas y me cruzo unas cuerdas en el hombro. Arrebato una piqueta y avanzo resueltamente por el túnel que se va estrechando. La luz eléctrica ha quedado atrás. Sólo me guío por el reflector del casco. Periódicamente, me detengo para escuchar la dirección del lamento.
Llego encogido al fondo del túnel. Adelante, en la excavación recientemente practicada, termina la galería. El material disperso me indica que el techo se ha desmoronado. Por entre rocas y vigas de madera quebradas, fluye agua. El piso está convertido en un lodazal, en el que se hunden mis botas.
Remuevo varias piedras, ayudándome con la piqueta. En un momento, queda al descubierto un agujero horizontal. Mientras calculo cómo deslizarme por él, percibo netamente los quejidos…, seguramente el minero atrapado está a pocos metros de distancia.
Introduzco el mango de la piqueta entre fuertes rocas y ato a él una punta de la cuerda, pasando el otro extremo alrededor de mi cintura. Ajusto mi atadura con una hebilla metálica.
Me sumerjo en la cavidad dificultosamente. Arrastrándome sobre los codos avanzo en un descenso pronunciado. Veo, a la luz del casco, que el conducto se estrecha hasta quedar cerrado. El calor húmedo es sofocante, la respiración dificultosa. (*)
Desde mis pies corre cieno espeso. Lentamente va cubriendo mis piernas y se desliza pegajosamente bajo el pecho. Advierto que mi estrecho recinto quedará cubierto de lodo en poco tiempo.
Hago presión hacia arriba, pero mi espalda pega contra la roca viva. Intento retroceder…, ya no es posible. La voz quejumbrosa está muy cerca. (*)
Grito con todas mis fuerzas y el suelo cede arrastrándome en su derrumbe…
Un fuerte tirón en la cintura, coincide con el súbito detenimiento de la caída. Quedo suspendido de la cuerda como un absurdo péndulo de barro.
Mi carrera se ha detenido muy cerca de un piso alfombrado. Veo ahora, en un ambiente fuertemente iluminado, una elegante sala en la que distingo una suerte de laboratorio y enormes bibliotecas. Pero la urgencia de la situación hace que me ocupe en cómo salir de ella.
Con la mano izquierda ajusto la soga tensa y con la otra suelto la hebilla que la sujeta a mi cintura. Luego, caigo suavemente sobre la alfombra.
¡Qué modales, amigo!…, ¡qué modales!, dice una voz aflautada. Giro sobre mis pies y quedo paralizado.
Tengo al frente un hombrecillo de, tal vez, sesenta centímetros de altura. Descartando sus orejas ligeramente puntiagudas, se diría que es muy proporcionado. Está vestido con alegres colores, pero con un inconfundible estilo de minero.
Me siento entre ridículo y desolado, cuando me ofrece un cóctel. De todas maneras, me reconforto bebiéndolo sin pestañear.
El hombrecillo junta sus manos y las lleva adelante de la boca a modo de bocina. Luego, emite el quejido que tan bien reconozco. Entonces, crece en mí una enorme indignación. Le pregunto qué significa esa burla y me responde que gracias a ella, mi digestión habrá de mejorar en el futuro (?)
El personaje sigue explicando que la cuerda que apretó mi cintura y el abdomen en la caída, ha hecho muy buena labor; igualmente, el recorrido del túnel sobre mis codos. Para terminar sus extraños comentarios, me pregunta si tiene algún significado para mí, la frase: “Usted se encuentra en las entrañas de la tierra”.
Respondo que esa es una manera figurada de decir las cosas, pero él replica que en este caso, se trata de una gran verdad. Entonces, agrega: “Usted está en sus propias entrañas. Cuando algo anda mal en las vísceras, las persona piensan cosas extraviadas. A su vez, los pensamientos negativos perjudican las vísceras. Así es que en adelante, cuidará usted ese asunto. Si no lo hace, me pondré a caminar y usted sentirá fuertes cosquilleos y todo tipo de molestias internas… Tengo algunos colegas que se ocupan de otras partes como los pulmones, el corazón, etcétera”.
Dicho eso, el hombrecillo comienza a caminar por las paredes y el techo, al tiempo que registro tensiones en la zona abdominal, el hígado y los riñones. (*)
Luego, me arroja un chorro de agua con una manguera de oro. limpiándome cuidadosamente el barro. Quedo seco al instante. Me tiendo en un amplio sofá y comienzo a relajarme. El hombrecillo pasa una escobilla rítmicamente por mi abdomen y cintura, logrando en mí una notable relajación de esas zonas. Comprendo que al aliviarse los malestares del estómago, hígado o riñones, cambian mis ideas y sentimientos. (*)
Percibo una vibración, advirtiendo que me voy elevando. Estoy en el montacargas, subiendo hacia la superficie de la tierra.